sábado, 29 de junio de 2013

Yo también tuve que renunciar: A la soledad.




Yo también tuve que renunciar: A la soledad.

Nunca entendí la metáfora de comparar la vida con coger trenes,
hasta que perdí el tren que me llevaba a volver a verte.
Lo hice aposta, elegí quedarme en casa con la maleta a medio hacer,
mirando el tiempo fugitivo escaparse por la puerta
mientras el reloj daba la hora de marcharme.
Desde entonces mi vida siguió de un modo totalmente opuesto
a como la imagino si hubiera ido a buscarte.
Esa noche me pregunté si la importancia de los trenes
radicaba en el destino al que te dirigían,
y supe que sí de una manera tan cruel
que decidí pasarme el resto de mis días
vagando en los andenes.

Ahora nunca sé bien dónde me encuentro,
pero a veces cuando el tren empieza a deslizarse por las vías
miro por la ventana y veo a alguien parecido a ti
pidiéndome casi sin voz que no me vaya,
tuerzo la vista, saludo al revisor,
y mientras la vida se me atraganta
me perdono a la vez que me castigo por no mirar atrás,
del mismo modo que no me atrevo a mirarme en el espejo
por miedo a que me diga que desde entonces

no he vuelto a ser la misma.